lunes, 1 de noviembre de 2010

En la tierra se resuelven las afrentas en el cielo

“De tal manera, Aquileo, enojado, insultaba al divino Héctor. (…) Hera, Poseidón y la virgen de los brillantes ojos (Atenea), que odiaban como antes a la sagrada Ilión, a Priamo y su pueblo por la injuria que Alejandro (Paris) infiriera a las diosas cuando fueron a su cabaña y declaró vencedora (Afrodita) a la que le había ofrecido funesta liviandad.”
Homero. La Ilíada, CantoXXIV, verso 22



Cuando el poderoso Aquiles venció con sus brazos homicidas al noble Héctor, domador de caballos, ambos de antemano habían aceptado el destino humillante y a la vez glorioso de morir violentamente. Los dioses ya habían signado desde el momento de su nacimiento ese destino, aunque mal que nos pese, decir que la muerte es nuestro destino es una obviedad tan grande como el sol mismo. Pero quizás lo más humillante no es tanto el que, sino el por qué y el cómo. Y esto lo traigo a consideración tanto para aquel que haya leído los versos originales de la Ilíada escrita por Homero, como para aquel que nunca lo hizo, o como mucho haya visto sus interpretaciones cinematográficas.
El texto original tiene su inicio en el décimo año de la guerra de Troya, cuando los griegos mantienen la ciudad costera sitiada, pero sin poder atravesar sus inexpugnables muros. Aquiles se enemista con el rey Agamenón y como resultado de esta disputa, Héctor, defensor de Troya, la aprovechará para acorralar a los griegos contra el mar. Como bien es sabido, en esta circunstancia Héctor asesinará al primo de Aquiles, Patroclo, desatando la cólera del gran guerrero griego y cobrando su venganza con la sangre del asesino de su primo. Pero Aquiles también sabe que al consumar este hecho, su destino también será caer bajo las manos del (¿cobarde o inexperto?) hermano de Héctor, Paris.
Pero Homero (personaje de dudosa existencia, puesto a que nunca se pudo identificar su origen, paradero ni lugar de muerte) en su relato nos muestra que todo esto ya estaba anticipado por designio del rey de los dioses, Zeus. Podría decirse que nos hace la trampa de contarnos el final y ver como se desarrollan los hechos con gran despliegue de valentía, crudeza, crueldad, bajeza, cobardía, desigualdad e inclusive un marcado nacionalismo, bastante llamativo para una época en la que predominaban las ciudades estados o Polis en la magna Grecia y el concepto de nación carecía de los aspectos modernos con los cuales hoy nos manejamos inconscientemente en nuestro sentido común.
Pero ¿por qué digo que en la tierra se dirimen las afrentas del cielo? Quien haya leído completamente la Ilíada, sabrá que la predestinación fijada por los dioses para con los contendientes humanos tiene su origen en la disputa en el Olimpo entre dos bandos de dioses. Ante ellos Zeus arbitrará con una falsa imparcialidad, para finalmente otorgarle la razón al bando de las deidades que apadrinan a los griegos. Estas disputas intestinas nacen del capricho más puramente humano de los dioses, que algunos dramaturgos de la Grecia clásica se encargarían de detallar en sus obras. Sin embargo estas disputas, no se resuelven por contiendas directas entre los dioses, sino que utilizan a los humanos para satisfacer sus deseos, intereses y caprichos. Es así que son los héroes humanos los que deben derramar la sangre y las esposas las que tienen que derramar las lágrimas en el nombre de los dioses, quienes se regocijan con el sufrimiento ajeno que ellos mismos eluden de padecer. En la Ilíada, las diosas Atenea y Hera, no irán más allá de los insultos contra Apolo y Afrodita en sus peleas, y Aquiles y Héctor lucharan a muerte para satisfacer a sus respectivos bandos de padrinos divinos. Zeus es quien elige el campo de batalla, los nombres de los muertos en combate y el momento oportuno en el que todo se consumará. Como todos saben (o casi todos) los griegos derrotan a los troyanos mediante el famoso engaño del caballo de Troya, quedando satisfechos los deseos de la diosa Hera.
Este relato épico de guerra de la edad antigua es objeto de debates respecto de si tiene asideros reales en una verdadera guerra de Troya o es pura fantasía que engrosa el folklore mitológico griego. Los famosos estudios arqueológicos del alemán Schliemman parecían indicar que la guerra realmente sucedió. Pero no es aquí mi interés discutir esto en estos términos.
Creo que el relato de la Iliada tiene sus bases en acontecimientos reales, y que además no fue escrita por el poeta Homero, sino que es producto de la transmisión oral que de generación en generación fue perpetuándose. Puesto que la oralidad por cientos de miles de años fue el principal soporte de la historia, y aun con el advenimiento de la escritura hace aproximadamente 4000 años, no fue sino hasta el siglo XIV con la invención de la imprenta en Europa, que la escritura pasaría a ser el nuevo soporte. En tal caso, los contenidos relacionados con el heroísmo, la miseria, y el apasionamiento, son agregados que dan cuenta de la condición humana, y que estos cuantos menos constreñimientos tienen, mayor ebullición hace en las acciones de los sujetos. Pero en la Iliada quienes pueden hacer gala de sus pasiones, emociones, sentimientos, sin que estos los lleven hacia la autodestrucción son exclusivamente los dioses del olimpo, justamente porque utilizan a los humanos terrenales para satisfacer esa condición humana que albergan dentro de si hasta la última gota de éxtasis. ¿Qué puedo decir en cambio de los humanos? que se ven constantemente reprendidos por sus normas, reglas morales y éticas, muchas de ellas emanadas de los propios dioses. Siempre deben mantener el cuidado de no ofender a las deidades aun cuando estas sean injustas, congraciándose con ellas en todo momento, y bajo cualquier circunstancia, ofrendándoles sacrificios para mantenerlos en buen talante. Ellos deben ser los vehículos que consuman las emociones arbitrarias y caprichosas de los dioses. Las obras de los dramaturgos griegos se encargarían de escenificar esto, explicando los orígenes y designios que estaban detrás de la guerra de Troya. En uno de los relatos, esta contienda empieza en con el matrimonio de la diosa Tetis con el padre de Aquiles, Peleo. El relato mítico dice que la diosa Eris (diosa de la discordia) no fue invitada a las bodas por su carácter conflictivo. Pero esta afrenta sólo daría oportunidad a la deidad para sembrar su cualidad personal entre las diosas del olimpo. Genera la disputa entre Afrodita, Hera y Atenea, cuando les entrega la famosa manzana (de la discordia) como regalo “para la más hermosa”. Las tres diosas recurren al príncipe París para dirimir la cuestión y este elegiría a Afrodita, a cambio de tener por esposa a la mujer más hermosa del mundo antiguo: Helena. Hera que no tolera la decisión promete castigar a Paris y todo su linaje con la destrucción de su ciudad natal Troya.
La Iliada, más allá de los aspectos históricos reales que pueda mostrar o reflejar, quizás el aspecto más real de todos es ser una metáfora de las clases sociales, que en el mundo antiguo emergían como nueva forma de organización social. Aquellos reinos del antiguo Mediterraneo se habían constituido a partir de la explotación de los esclavos, que garantizaban la vida de castas religiosas y guerreras, y expandían su poder más allá de sus costas para intercambiar productos y extender sus territorios. La legitimación ideológica de estas clases explotadoras se sostenía en los mitos sobre los linajes divinos y la pertenencia a un mundo diferente del que los esclavos podían si quiera imaginar.
En tal sentido los dioses del Olimpo representan la voluntad de aquellas clases dominantes para satisfacer sus intereses, llevando a sus esclavos y subordinados hacia el baño de sangre durante las guerras del Mediterráneo. Y los comunes mortales, expresan la condición de aquellos que no podían imponer su voluntad ni siquiera sobre sus propias vidas. Atados a los deseos de sus amos y resignados al destino que les tenían reservados para ellos, sin esperanza de futuro promisorio más que la muerte misma.
La Ilíada muestra como los que tienen el poder sacrifican sin consideración a los que se encuentran sometidos y que no hay mérito alguno que los absuelva de su capricho. Esta nueva era de la humanidad que se inauguraba en la edad antigua, en la Iliada es mostrada por Homero como la forma en que la historia se transformaría constantemente hasta llegar a nuestro presente, en donde las guerras continúan sucediendo, como método para dirimir los enfrentamientos entre las clases sociales dominantes, llevando a millones de personas a morir en su nombre. Con diversos discursos, argumentos, y significados que ocultan o invisibilizan aquella verdad de que la razón de las guerras no esta en ellos mismos, sino en sus amos. Los fantasmas y fetiches de la Patria, la nación, el pueblo, el bien y el mal, el terror y la subversión, o inclusive el propio dios, que ocultan los intereses de las ganancias, la competividad, la propiedad privada y el control global de territorios de los cuales exprimir rentabilidad insaciable. Los amos modernos, continúan utilizando a los pobres y comunes mortales para satisfacer a la diosa de la discordia, que ellos mismos crearon para dirimir sus intereses mezquinos de clase. Ya no viven en la cima del monte Olimpo, sino en las cimas de los penthouses, disfrutando de la ambrosía de los frutos exóticos que sus multinacionales imperialistas saquean en el nombre de la rentabilidad.